El odio es un peligroso instrumento de dominación

¿A dónde conduce el odio?, hace tiempo que me pregunto lo mismo y con esa interrogante revoloteando me senté a escribir, después de ver “Guernica”, una película que narra – ¿es posible narrar algo así?- aquella crueldad que sufrió el pueblo español.
Observo, una y otra vez, que el odio es peligrosísimo en cualquier sitio, época, idioma. El acto de odiar corroe a la persona; destruye la bondad, las virtudes, los instintos nobles de la gente; convierte al individuo en autómata, en un ser enfermo que no es capaz de razonar, que ni siquiera puede preguntarse: ¿por qué? Cuando alguien odia intensamente es dominable y cualquier barbaridad le parecerá correcta, incluso lo más bajo, lo más ruin, brutal, violento. El que odia siempre encontrará un pretexto para cometer la peor crueldad y cumplir con las más salvajes órdenes. El odio sirve como instrumento de dominación que puede ser inoculado en el individuo para así cegarle, y entonces le parecerá que los actos de odio, en sus distintas expresiones, son buenos, necesarios, importantes, cosas de héroes, o de iluminados.
¿El que odia logra preguntarse alguna vez si lo están manipulando, o si lo engañan para utilizarle como instrumento desechable?¿Después de cometer cualquier injusticia o perpetrar un acto de odio contra algún ser humano, siguiendo instrucciones y órdenes de otros, quien practica tales cosas se preguntará si son correctas las acciones que realiza, o porqué la víctima no es el demonio que le habían contado?¿El que odia al pensar en su víctima se preguntará por qué esa persona, a pesar de todo, no le odia?
Hace muy poco miraba un documental sobre Corea del Norte, donde la periodista extranjera, dada la tristísima realidad que observa en aquel país, pregunta a los guías (funcionarios del aparato de inteligencia): ¿se han preguntado si existe alguna mentira en la historia que les cuentan sus superiores? Los dos hombres respondieron que jamás se harían tal pregunta, pero la expresión en el rostro de ambos no concordaba con sus palabras.
¿A dónde conduce el odio?, a laberintos insanos, pantanos violentos y actos salvajes… a la injusticia; lo he notado, y otros lo han sufrido más que yo. Pero la respuesta ante el odio no es ni puede ser más odio. Por ello, aunque no me respeten mis derechos, yo no aprenderé a odiar y ni hoy ni mañana me pareceré a los que odian la pluralidad, a quienes me odien porque no aparento pensar como ellos. Hay muchos sueños para el bien de todos en Cuba y, Dios mediante, se cumplirán. Al final del túnel la luz es intensa y está creciendo.

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